Por: Niky Pauli.
Un cúmulo de imágenes llega a mi mente. La primera de ellas es la de un hombre joven. Sentado en el cockpit de su auto, ya con el casco puesto y los ojos cerrados, une sus manos y mueve levemente los labios. Está rezando. La otra imagen es la de un chico un poco caprichoso. Hoy su auto no ha querido seguir en carrera. Él se baja, se saca el casco, lo lanza al suelo y le da una patada a un neumático trasero. Theodoro Da Silva. Ayrton Senna. La misma persona.
Ayrton, nunca imaginé en 1994 cómo habría cambiado la Fórmula 1 en 20 años. Y ha cambiado. En tantas cosas. Los nombres, los circuitos, los autos, los reglamentos… Todo es diferente. Sin embargo, por encima de todo eso se alzan algunos recuerdos que no cambian y viendo tus fotos, repaso tu vida…
«¿Correr en auto para llegar un día a la Fórmula 1? Por ahora no lo pienso. Brasil ya tiene a Piquet, que es fortísimo, dispuesto a recibir pronto la herencia de Fittipaldi».
Era 1979. Fue durante la Copa de Campeones de Karting. Ese día Ayrton no convenció a nadie. En sus palabras había determinación y seguridad, pero en su pensamiento ya existía la F-1. Era su pasión.
Con esa pasión –obsesión para algunos- llegó a convertirse en campeón de karting de su país en cuatro oportunidades y obtuvo el título sudamericano. Por esa época, 1979, se comenzó a escuchar sobre un jovencito brasilero que competía en el Mundial de Karting. Único Mundial que nunca pudo conquistar.
Dicen que en esos días Ayrton se desanimó un poco. Pese a todo, continuó transitando el camino del éxito y con los ‘80 llegaron a su vida los Fórmula Ford.
Para entonces ya pensaba seriamente en las carreras y el asunto era mucho, muchísimo más que un hobby. Entonces tomó la vía que se debe seguir si se quiere llegar al Gran Circus: Hizo las maletas y se trasladó a Gran Bretaña para correr con los Van Diemen de Ralph Firman, en la categoría Fórmula Ford 1600. Antes de irse se casó con Lilian. Y mientras las carreras iban muy bien, el matrimonio iba muy mal. La lejanía no los ayudó y terminaron divorciándose.
«El casamiento fue un error. Éramos jóvenes. No se podía insistir en un equívoco que se transformaría en un problema, donde podría haber hijos, por ejemplo. No me arrepiento, principalmente porque sé que todo pasó sin tristezas. No tenemos contacto, pero sé que ella formó una nueva familia y es feliz».
En el terreno profesional, Ayrton continuó cosechando éxitos y con Firman consiguió dos campeonatos el mismo año: El patrocinado por el RAC y el patrocinado por Townsend Thorensen. Aun así, para participar en el Ford Festival, Ralph Firman le pidió un dinero extra. Como Ayrton no lo tenía, regresó a Brasil.
«Hasta ahora para mí la competición era un placer, pero me siento mal porque me he dado cuenta que el talento solo no basta, las escuderías están ávidas de dinero y la presión psicológica es excesiva. Por fuerza, debo escoger entre los intereses familiares y las carreras y no voy a pasar el resto de mi vida corriendo tras los sponsors. He acabado con las carreras de autos, sólo correré karting».
Se lo dijo a su papá, Milton. Pero da la sensación hoy, viéndolo a la distancia, que Ayrton no se conocía muy bien entonces. Pasó las vacaciones buscando ayuda y cuando ya estaba por darse por vencido, papá-Milton, le dio vía libre para que se fuera a Europa a correr la temporada de F-F 2000. Era 1982. Para variar, ganó la serie. Fue el escalón que le faltaba. De allí saltó a la F-3, que era el paso previo a la F-1. Aunque algunos decían que a él lo que le hacía falta entre una y otra temporada era la F-2.
«¿La F-2? Ni siquiera la pienso, no creo que sea necesaria para la formación de un piloto. Yo voy a manejar un F-1 el año próximo».
Ahí si. Ya no había dudas. Lo dijo en Silverstone, tras ganar una carrera en 1983.
Y la determinación, más unas cuantas pole positions, victorias y giros más veloces rindieron sus frutos. Al año siguiente, estaba en el cockpit de un F-1. En pocas carreras ya tenía una idea del ambiente en el que se movía.
«Logré mi primer punto en Sudáfrica. He fallado la clasificación en Imola. Después de cinco carreras, puedo decir que ya he probado lo dulce y lo amargo de la F-1».
Una foto en Monte Carlo. Todos posando frente al Hotel du Paris. Ayrton está un poco escondido, pero está. Ese día, antes de la carrera, le dijo a un periodista, en tono muy serio: «Salir ahora al podio me parece imposible. Debo conocer mejor la F-1. Además, existen autódromos como el de Monte Carlo, que no lo conozco».
¿Quién no recuerda esa carrera? Un Ayrton Senna crecido, notorio. A partir de allí nadie pudo ignorarlo más. La lluvia era intensa. Era la época del dominio McLaren y Alain Prost, con ese auto, marchaba adelante. Tras él, un rápido, rapidísimo jovencito brasilero que no sentía respeto por aquel aguacero. Llegó segundo conduciendo un Toleman Hart, a escasos segundos de Prost. Para completar, hizo el mejor giro. La carrera fue detenida en la vuelta 31 porque con aquel chaparrón la seguridad estaba en entredicho.
«Sabía que podía hacer una bonita carrera, salir al podio. Pero cuando la carrera recién empezaba pensé no hacerla. No se veía nada, tenía miedo de salirme. Pero no entiendo cómo se puede parar una carrera así. Ahora, estoy seguro que un giro y medio después yo habría pasado a Prost».
Quizás allí comenzó su rivalidad. Quizás, el francés vio desde ese instante el contrincante que tenía a su lado. Parece un poco irónico que después de tantos “dimes y diretes”, de tantos años de discusiones, de tantas idas y venidas de los tribunales deportivos, unas de las últimas palabras de Ayrton, durante el Gran Premio de Imola en el que perdió la vida fuesen para el francés.
«Hola Alain, ¡me faltas en la pista!»
Pero sobre el final, los caminos se unen. Y un Alain Prost conmovido acompañó a Ayrton hasta el último momento.
Como Dios. Ayrton tenía una creencia muy profunda en Dios, en la Biblia, y aunque reconocía que no le gustaba leer, cargaba siempre con un ejemplar de las Santas Escrituras. En un mundo con pocos valores como es el del automovilismo, eso le valió muchas burlas, muchos momentos amargos.
«No me gusta mezclar el tema de las carreras y Dios, ante todo porque me tomo muy en serio lo que está escrito en la Biblia e intento comprender la vida a través de Dios. Creo que es la actitud más normal del mundo en cualquier otra persona, pero como soy corredor de F-1 parece que soy un tipo raro».
Sobre esa fe, que formaba una parte tan importante de este ser humano, hay un cuento más profundo que una vez relató Ayrton en una reunión entre amigos. La cosa salió de aquel lugar y después, Ayrton debió escuchar mofas de algunos colegas.
«Yo le estaba dando gracias a Dios por la victoria (últimas vueltas del GP de Japón en 1988). Dios me dio un Campeonato de lucha, conquistándolo en la penúltima prueba del año, como todo piloto sueña. Era un regalo enorme. Orando, yo estaba súper concentrado, preparándome para una curva larga, de 180 grados, cuando vi la imagen de Jesús. Él era tan grande, ¡tan grande!… No estaba en el suelo. Estaba suspendido, con la ropa de siempre, el color de siempre y una luz a su alrededor. Su cuerpo entero subía hacia el cielo, alto, alto, alto, ocupando todo el espacio. Mientras tenía esa imagen increíble, yo conducía un coche de carreras. Conducía con precisión, con fuerza… ¡Con todo! Es para volverse loco, ¿no? ¡Es para volverse loco! No veía nada más. Es imposible de describir. Yo hablaba con Dios y Él apareció. Simplemente se mostró delante de mí. Fue una explosión de sentimientos. Aquellos segundos consagraban una vida entera de trabajo, deseos, sueños y victoria».
De esa fe, el mismo Prost llegó a comentar que el gran secreto que volvía invulnerable a Senna era su creencia en Dios…
«Eso es una tontería casi del mismo tamaño que una pregunta que me hizo un reportero francés sobre si yo era inmortal. Debe ser un problema del país que todos piensen lo mismo. Es una pregunta torpe, porque está claro que todos debemos morir tarde o temprano».
Lo que no quiere decir que Ayrton no tuviera miedo.
«¿Temor? Tanto, prácticamente en cada curva. Siempre con el miedo de salir de pista bajo la lluvia. A cada vuelta tengo una pequeña crisis».
Tampoco significaba que no pensara en la muerte como algo posible.
«En mi profesión hay que saber asumir riesgos e intentar paliar con arrojo las deficiencias del auto. Todos debemos morir, tarde o temprano. El asunto es cuándo y cómo».
Muchas veces respondió preguntas sobre el tema de la muerte. Muchas. Pero nunca pensamos que Ayrton Senna, en aquella curva, aquel 1 de mayo fuera a dejarnos.
Dos décadas más tarde, quisiera imaginar que esa imagen de Jesús, aquella que lo acompañó en Japón, estuvo también en Tamburello.
Hoy seguimos recordando aquella obsesión por la perfección. Aquel «no limits» que solía repetir cada vez que se atrevía a dar nuevos pasos y a romper sus propias metas yendo más allá.
«Si una persona no tiene sueños, no tiene ninguna razón de vivir. Soñar es necesario, aun si el sueño va más allá de la realidad. Para mi, soñar es uno de los principios de la vida».
Aviso: Esta nota fue escrita utilizando trozos de entrevistas que Ayrton Senna concedió a distintos medios durante su carrera. Su uso, tiene sólo la intención de tributo a la carrera de Senna.
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